lunes, febrero 23

La belleza sobrevivida.


Maria Maristani.



          El polvo se muere de tedio en la repisa
         continua el vacío donde debe estar tu fotografía
         como un ruiseñor la tetera canta cuando el hervor se asoma
         sobre la piel mojada una bata blanca se abraza
         afuera las hojas se han ido en bandadas
         en la decolorada guirnalda del mardi gras una helada lágrima brota
         el invierno desde las cúspides árticas a su agonía se niega
         los fragmentos de versos por el papel alocadamente se desparraman

        Un ojo constantemente me vigila
        desde el cristal emplomado de la lampara 
        revuelvo nerviosa con una cucharilla la taza de té que de miel se perfuma 
        veo el ojo que me observa buscando atrapar en su dimensión mi mirada  
        en el florero una espina sangre gotea dándole a la mesa el tono escarlata 
        hoy el cielo es diferente, escucho el viento que muge como una vaca 
        la luz en la esquina se consume como el sueños de muertos

        La pinza del alacrán en el firmamento se ilumina
        una niña dibuja un toro en la mitad de su noche oscura
        los perros ladran en el callejón a los famélicos gatos     
        el turbio sonido de la música intenta sobrevivir al hastío de la ciudad 
        una mirada extraviada en el farol se cuelga con el veneno a cuesta 
        las magnolias a los escarabajos desean para que sobreviva la belleza  
        mientras que en la punta de los dedos a mi mundo doy vida.  


        Xiomara Beatriz 


sábado, febrero 21

La música de tus dedos.




Florian Weiler

En la buhardilla la lámpara
 charla con las páginas del libro
el invierno lucha por entrar en la ventana
la hoguera sujeta a los demonios
que se le escapan a la alfombra
 el nudo de la serpiente se desata
baja el cielo a la tierra

Ahora acércate
conjura mi soledad con tu presencia
construye un camino entre tus sombras
que sean tus ojos el fuego de un animal en celo
que tu voz se enrosque enajenando mi nuca
déjame contemplarte mientras tus dedos
 hacen música

Se disipa la niebla con tu aurora
el lastre de las vestiduras remueves
desde el ocaso subes en espiral a las cúpulas
las voces se bloquean mientras asciendes
la hora retiene sus manecillas
las siluetas la historia
en las paredes escriben
el vértigo del movimiento
el paraíso resucita
cuando la noche
 acaba.


Xiomara Beatriz


lunes, febrero 16

Los ojos en el espejo.


 ¡Cantan! las campanas de viento. Los repiqueteos como insectos agrupados con su melodía la puerta casi derriba. Desnuda la masa reposa sin pudor sobre el mesón aturdida de levadura, mientras una nube blanca como una garza vuela escapando por el tragaluz al comenzar la jornada.

  Miro la sonrisa franca que me saluda al pasar por el ventanal hacia el patio. Me fijo en sus dientes dañados bajo sus labios gruesos donde refulge con orgullo un diente de oro, mientras una radio acerca a su oreja. Amé este lugar desde la primera vez, 
cuando descubrí la fuerza con que me engullía en sus sensaciones. Pero ahora una extraña atmósfera flota haciéndome sentir con un frecuente sobresalto.

  Imposible decir cuando comencé a percibirlo. Quizás desde que esa extraña ráfaga me sorprendió una noche, golpeando fuertemente la ventana contra la pared, haciendo que un desquiciado palpitar se apoderara de mí, con la cabeza ligeramente levantada. Busqué en medio de la oscuridad de donde venían esos pasos que se escapaban hacia la puerta. Las bisagras enmohecidas chillaron por un instante, pero no vi que puerta alguna se abriera. Esa noche el rayo de la luna bullía en la cúpula de todas las cosas. Apreté mis ojos con fuerza, recitando de memoria viejas plegarias que sólo se asomaban a mis labios en momentos de angustia.

  Decidida a descubrir lo que me atormentaba, me dispuse a subir al ático. Al llegar, una sombra entre las sombras se movió, emitiendo un pequeño gemido. Volví la cabeza con premura. ¿Quién está ahí? ¡Maldita oscuridad!, exclamé, tratando de alumbrar el espacio. Mi respirar se vio acompañado de otro a mi espalda. La oscuridad comenzó a agonizar dando paso a la aurora y en ese preciso instante mis ojos se clavaron en el espejo donde el cielo, al desnudarse de tinieblas por un segundo, delataba un difuso rostro detrás de mí. Bajé con premura y cerré la compuerta con brusquedad con los latidos aturdiendo mi pecho.

 ¿Qué puedo hacer? Debo tranquilizarme, mientras un libro ponía en su lugar temiendo que algún volumen se saliera de su lugar como cuervo acallando a su rival. De pronto una voz como de viento brotó de una esquina musitando: ¡Ciertamente no puedes hacer nada! Nerviosa pensé que había perdido la cordura. No puedo haber escuchado eso, es imposible. Un leve ruido llamó mi atención y me dirigí al ventanal de la cocina. Con sus manos ajadas y temblorosas, sostiene una cesta de frutas. Escupía las eses lentamente al hablar. Yo bien le conocía. Solía saludar cada día con esa aura de simpatía. Él me preguntó qué me sucedía, porque en mi lívida cara se dibujaba el espanto. Le conté los últimos acontecimientos y él volvió a sonreír. Su pipa cayó al suelo sin gesto alguno de querer atraparla a causa de una carcajada. Y me dijo: Veo que ya usted ya ha conocido el Mayordomo de la casa.

Luego comenzó a relatar la historia del mayordomo que nunca quiso abandonar la casa muriendo en ella mucho tiempo atrás. E intentaba calmarme, bromeando sobre el asunto y al final me dijo: Ya te acostumbraras .Al día siguiente, no lo vi pasar como cada mañana y procedí a visitar a mi vecina, que es donde él trabajaba como jardinero. Ella me recibió con cortesía y, luego de una breve 
charla, le pregunté sobre el jardinero, que para ella trabajaba.Me miro nerviosa y pregunto: ¿De qué jardinero hablas? Hace tiempo que no tenemos uno. Confundida le describí a ser tan afable que cada día me saludaba y de su reluciente diente de oro que daba luz a su sonrisa. Se contuvo unos minutos, me miró consternada. Y dijo: sabes, ese que describes fue jardinero de esta casa, en la época en que mis abuelos la habitaba.



Xiomara Beatriz


viernes, febrero 6

Petite voyageur..

Florian Weller


Mas allá del ocaso
cuando la noche abre sus cortinas
y no existe confusión en el cielo
la perpetua algarabía del pueblo sin rubor llega
la luna pareciera haber tomado champaña
mientras la helada el cristal acecha
como una telaraña que todo lo empaña
con sigiloso arte


Una imagen se introduce en mi mundo
abre su mano y se le escapan las palabras
preñadas de paraísos que a mis labios besa
solo la niebla en su desmemoria nos separa
¿Cómo me has encontrado? Grito exaltada
sus manos aun manchadas de tinta
memorias de su fuego y profecía
me abrazan susurrando
pequeña viajera

Estalla el sol calle abajo
anudando en las caderas su tormenta
el mar pierde sus suspiros entre los míos
quiere bajar al pozo y hacerle una ofrenda
el níveo del vestido en el jardín se extravía
las paginas del libro tiemblan
y yo solo suplico vida
¡No me despiertes!

Xiomara Beatriz