miércoles, mayo 13

Paranoia.

vincent van wijngaard.

   Mi mirada se pierde en la opulencia del paisaje, un bebé llora sobre el regazo de su inexperta madre. A lo lejos un ávido lector el poema escudriña con sus ojos narcotizados de tanta retórica. Ya próxima a la desesperación la mujer al bebé reprocha. Una imagen de piedra en lo alto de la torre con desaprobación todo lo observa reclamando para sí, la eternidad de su santidad. Mientras el escándalo de las impías cacofonía violenta el cielo.

 

  La pesadilla me zarandea con fuerza bajo el vetusto hormigón que exhala gloriosos diseños de un profeta de la luz. El ojo vagabundo que habita en la temida asimetría de aquel ajeno semblante me descubre, clavo mis uñas en mis palmas intentando con el dolor sosegarme. Una tribulación me invade con formas apocalípticas ahora solo escucho atropellados sonidos, los colores alucinantes son sobrepasados por las aterradoras clarividencias que finalmente se adueñan de mi y presurosamente huyó de él.

 

 Trato de escudriñar en el falso vacío que con horror experimenta mi adulterada memoria. Rehuyo de la ciénaga que en su atropellada disfonía quiere hacerme suya. El hombre del ojo errante agita la mentira intentado convencerme de apartarme de la orilla del peñasco. Un ave levanta espléndidamente el vuelo provocándome envidia, las campanadas avisan el fin de las plegarias que a los pecados atormentan. Observo mis zapatillas dormitando como flores abiertas en el fango mientras el embarcadero con su larga lengua desgastada al horizonte apunta. El ocaso del sol en una afilada roca intenta seducirme a pernoctar sobre ella, alejando la zozobra del vértigo que la altura me provocan. Mis labios tiemblan incesantemente.

 

 Regresan las algarabías de recuerdos perdidos en el caos que es ahora mi mente. La manifiesta locura todo lo sacude. Con los ojos jadeantes de lágrimas le gritó al extraño que de mi se aparte. El exclama ¡Estás enferma! Y sombríamente fijamente me mira. Déjame acercarme dice con artera súplica. Sé que no me recuerdas, con temor balbucea.  Arrugó el ceño al escuchar cómo engendra la trampa con su palabrería, para intentar otra vez engañarme. Jamás volveré a ser profanada le gritó con desprecio. Su piel palidece asemejándose a la gaviota que plácidamente sobre el mar revolotea.

 

  Quiero en la confusión concluir mi poesía. De pronto emerge el recuerdo de un pedazo de pastel de chocolate que de un canasto asomaba. Los patos con sus graznidos un trozo de pan se disputaba. También la sensación de una estranguladora mano que a mi garganta asfixiaba. Y el azul cobalto del cielo disipándose entre los exuberantes verdes que terminan por convertirse en una baldía tiniebla. Mi corazón late fuertemente. La brisa fustiga mi falda mientras muevo la pierna izquierda al abismo, las mejillas me arden, hilos rojos brotan de mis labios fuertemente fruncidos. Zarandeo mis brazos intentando mantener el equilibrio. Una algarabía en un balconcillo adyacente me hace postergar el salto al distraerme. Y luego bruscamente mis huesos resuenan cuando caigo sobre los pedruscos, salvándome del violento desenlace pues alguien me ha empujado y al mismo tiempo escucha un agónico grito anunciando el fin de una vida.

    

 Como un espectro, el ávido lector lentamente se acerca a la orilla retrocediendo con espanto. Y asiente a la con la cabeza a barahúnda que en las terrazas se aglutinan. El estupor se adueña de mi alma, el crío ha dejado de llorar entre tanta desesperación. Alguien pregunta si me es conocido el extraño que sobre las rocas yace. Solo acierto a mover negativamente la cabeza.  Baja a tratar de saber de quién se trata y en un puño cerrado encuentran un arrugado papel que recupera. Lo lee y alarga su brazo para dármelo. Lo agarro sollozando y escucho la espeluznante estridencia del escarabajo de la muerte destrozando mi corazón. Cuando comprendo quien ha sido realmente la víctima de mi transitoria Paranoia.

 

Xiomara Beatriz

sábado, mayo 9

En memoria de tía Esperanza.



Celia Anahin

El incesante pataleo de las manecillas del reloj
al exuberante silencio aturde y la calzada continúa ataviada de la nada
mientras en prosas las nubes viajan sobre el lecho de las colinas
el rictus de tu ausencia en el agónico horizonte se percibe

 Divaga un sueño entre las confundidas tonalidades del ocaso
las gardenias inquisitivas en el confesionario liberan su fragancia  
se acrecienta la belleza de las estrellas al llegar la penumbra
me seduce este breve lapso del tiempo
donde la luna con sus historias nos hechiza

Te imagino con tu dulce sonrisa de manzana en tu nueva morada
la simiente por ti engendrada ,todo en mi vida ilumina
se dibuja en el arco iris que me abraza por la mañana,
en la rosa que me tomó de su mano con sus ojos de tiernas peonías,
en el triunfo de la primavera que cada día con sus carcajadas me sacude

Tu alma será inmortal
llevando las verdes alas de perpetua juventud
 enlazadas con tus dulces cánticos de oficiante
contigo no supe que era el enojo, ni la fatiga del amor compartido
las sombras enmarañadas en mi se disiparon con tu amanecer

Se que mas allá del valle de las siete colinas
 de las resonancias del río que siempre te cortejaban
 ahora eres música en la tierra donde no se olvida
eres la visión que me da sosiego
la que me pide seguir adelante 
y sin dejar de la tristeza marchitarme
pues tu amor para siempre conmigo vivirá.

Xiomara Beatriz




jueves, abril 2

La oscura sentencia.


                               Antonio Palmerini.

El eco de las palabras
que atónita escucha
carcomen ferozmente su alma
la dicha se resbala de los labios
más allá el sol mordisquea una nube
mientras la sangre de miedo se congela

Sus ojos afligidos tienen atragantado un grito
el espejo intenta dialogar con su rostro abatido
sortea en el callejón rebosante de viandantes
la silueta de la puerta conocida le ofrece salvación

¿Y ahora que hare con esta oscura sentencia? 
Se pregunta mientras solloza sobre el frío ventanal
la noche consume sosegadamente el azul naranja
el viaje es impostergable,ya no espera nada
pues el mundo súbitamente se ha convertido
en un rectángulo.

Xiomara Beatriz.