El azul saluda la arborescencia
que se dibuja en las sombras.
El aire frío irrumpe como una filosa daga;
la música brusca de hojas quebradizas se aleja
cuando el haz de luz ámbar abriga su rostro.
Inmóvil, la curva de la colina se ofrece;
como escalones, los pasos la conquistan,
mientras los árboles vocalizan
su metamorfosis en las chimeneas.
Gira la humareda tratando de alcanzar la gloria.
Y allí permanece la desgastada silla,
como si no le inquietara el túnel del tiempo.
Alucinado, aroma a geranios todo lo impregna;
el minutero ya no se mueve aprisa.
Las aves trenzan sus nidos en la esquina del cielo;
el horizonte abre sus purpúreos labios
y, como una luciérnaga, ingresó a la entreabierta
puerta de los sueños que discurre aledaña al río.
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