lunes, mayo 26
Ya no estas aquí.
jueves, mayo 22
Los cielos cenicientos.
Tanie Blue
Me despierta el canto de un búho
sonrió porque te recuerdo
me asomo a la ventana
los cielos están cenicientos
el río transcurre en soledad
hace frío para ser mayo
esta tierra es tan impredecible
como lo eres tu
como lo soy yo.
Leyendo tus bucólicas letras
tropiezo con las esquinas rotas
bajo el oxido de la soledad
se rompe el equilibrio
y caigo en tus raíces
Un gato con el sol juega ajedrez
el alma en tus versos .
miércoles, mayo 14
La asfixia .
Te escribo mi buen amigo. Ya sé que he estado bebiendo por mucho tiempo, siempre me lo dices. Y por supuesto no he abandonado la pesca. Por eso te escribo, para contarte lo que me ha sucedido.
Una madrugada cualquiera, allí donde me suelo tumbar a esperar que muerda el anzuelo algún pez, el júbilo se apodera de mí, pues algo con mucha brusquedad se agita en las oscuras aguas tratando de soltarse de la caña. Intenté mantenerla con mucho esfuerzo mientras retraigo la cuerda hasta que por fin logro sacar de las turbias aguas un inmenso pez. Hacía calor, amigo, debo confesar que apenas logré meterlo al bote. El cansancio me derribó por completo y, con fascinación, comencé a observar como se asfixiaba el enorme pez mientras bebía cerveza. Debo decir que disfruté con cierta perversidad el estruendo de su agonía hasta que el desahuciado dejó de sacudir su cola y conseguí meterlo al costal que siempre llevo.
Estoy seguro jamás sentí tal regocijo como cuando entré al bar del condado, ese que siempre frecuentamos. Ya sabes como son esos locos. El alcohol flotaba en el ambiente y la algarabía nació con mi presencia llevando el trofeo de pesca. Yo aún sentía el leve temblor de la agonía sobre su brillante cuerpo, cuando todos desfilaban para tomarse fotos. Luego decidieron que era buena idea colocarlo en el bar como trofeo perenne y allí quedo inmóvil flotando con su inmenso ojo inerte encima del gran espejo, que reflejaba viejas botellas y rostros ebrios.
Desde ese día algo me comenzó a trastornar, dirás que estoy loco y no te culpo. Al principio me ufanaba de mi hazaña en el bar, pero luego volvió la rutina para todos menos para mí, sentado allí en la silla de bar que siempre frecuentamos. Yo no dejaba de mirar el ojo de aquel pescado mientras apuraba el trago, la soledad de la órbita me acosaba. En fin, qué más da, me decía para mis adentros, es solo un maldito pez, ya sabes, para dejar de pensar en el ojo que me observaba.
¿Que te ocurre? dijo la chica que tenia a lado.
¿Por qué?
Bueno estas agitado, como nervioso, no dejas de moverte en esa silla.
Quizás dije
¿Me invitas un trago?
Pero yo ni me moví, y ella se alejo desmenuzando el bastardo en sus labios. Todos parecían ignorar el ojo menos yo. De pronto vi que la cola comenzaba a sacudirse, emitiendo estertores e inflándosele la agalla sin parar. Convencido de mi locura, intenté marcharme, pero ardía de deseos de preguntar si alguien más escuchaba ese espantoso sonido que luego penetro en mi cabeza taladrándome el sentido, volviéndose una agonía. Comencé a sentir como si me hubieran sellado en una cripta donde el aire se me acababa. Intenté correr, salir de allí, pero alguien me tomo por el brazo. Preso del vértigo, deseé poder sollozar. El eco del estertor comenzó elevarse, subía por las paredes, así como mi dificultad para respirar, y ahora era de mi garganta de donde salían guturales sonidos, sudaba como si me hubiera dado una ducha sin alcanzar a secarme. Vi que se hizo un semicírculo de humedad en la vieja alfombra.
¡Pronto llamen una ambulancia ¡escuché decir.
Antes de perder el conocimiento alcance a ver el solitario ojo, con su detestada mirada satisfecha, y luego fue el silencio, la oscuridad de un sótano que se imponía.
Por fin dijo alguien que apenas distinguía.
¿Dónde estoy?
¿Qué me ha ocurrido?
Le costó responder mientras revisaba los valores de una maquina a la que estaba conectado.
Me miró como quien mira un milagro y sonrió. No se preocupe, tuvo un infarto, pero todo ya está controlado.
Al quinto día volví a casa, tomé el teléfono y le pedí a un compañero que fuese al bar, tomara el trofeo del pez muerto y lo quemara, pues yo aún aterrado, no me atrevía a volver a ver ese animal.
Xiomara Beatriz