Despierto en el arcano habitáculo atiborrado de refulgentes escarabajos, cuelgo una a una las palabras en sus arqueadas astas; un trozo de ellas se arriesga y cae en el ignoto infinito. El siniestro cuervo que pernocta en la escarcha observa como en las vetustas marquesinas las quimeras revientan. A mis pies el suelo transpira sus colores como un torbellino, el hambriento pantano en su nauseabundo velo los oculta con lasciva frialdad a mis heridas embosca, en las oprimidas paredes de acertijos esculpidos. La trampa en el pretérito espejo sin piedad araña mis ojos; el primitivo depredador aún acecha mi sangre, engatusando los explícitos pliegues cegados de la pasión, y los labios con rojizo matiz parecen una nube al atardecer. El sueño finaliza su apócrifo círculo; la desnudez de la realidad tirita a sus anchas en el cielo; la media luna permanece ahorquillada. El aroma dulzón del alba impulsa a la vida, engañando al oído con los sonidos de la floreciente primavera.
Xiomara Beatriz.
