sábado, julio 25

El libro encima de la chimenea.




Antonio Palmerini.

El libro encima de la chimenea

resguarda con precisión la prosa vertida

en la incesante búsqueda de lo no dicho

del tormentoso atavió de la lejanía

y de cuyo corsé no he podido liberarme

 

Una letra despierta a la otra

el viento se cuela entre ellas

una danza de pequeñas hogueras

centellean atrapando el ojo que las visita

lejanos estremecimientos ocultos resoplan

 

Se acelera el tiempo en el absurdo mundo

que apresuradamente del farol se esconde

las páginas riñen entre ellas

por alcanzarla atención del ojo ciego

a que le es difícil escrutar entre sus misterios

 

Se aproximan unos pasos

entre la neblina del atardecer

los sueños no vividos intentan 

volver ser susurros entre los escritos

que declaman antiguas pesadillas

bajo el mando de mi mano 

ellos se vuelven a ocultar

ahora el antiguo espejo refleja el encanto

de los inaccesibles labios de la portada

del libro encima de la chimenea.

 

Xiomara Beatriz.

 


lunes, junio 1

Algo en el pretérito se ha quedado.


Jesicca Drossin



Algo me falta, en el pretérito se ha quedado
la escarcha en los labios marina la noche
el vuelo de los pájaros a escapar me invita
al clandestino horizonte donde habita la luz 

La quimera en el arco del violín aún se invoca
mientras las páginas se llenan de heridas
detrás de la mirada del poema en el níveo espacio
como un cascabel se arrastra las letras
dejando su veneno

En las pupilas se reflejan las hortensias
fermentando la primavera en el solitario balcón 
aún se escuchan las enajenadas pesadillas callejeras
enjambre de metáforas me piden de vuelta a la cerradura

El viento aúpa a la luna
a que el charco del sol se refleje en mi
las constelaciones diagraman el flujo de amor esperado
haciendo brillar de nuevo la savia de mis raíces 
y la flor del azafrán de mi corazón.

Xiomara Beatriz



 

miércoles, mayo 13

Paranoia.

vincent van wijngaard.

   Mi mirada se pierde en la opulencia del paisaje, un bebé llora sobre el regazo de su inexperta madre. A lo lejos un ávido lector el poema escudriña con sus ojos narcotizados de tanta retórica. Ya próxima a la desesperación la mujer al bebé reprocha. Una imagen de piedra en lo alto de la torre con desaprobación todo lo observa reclamando para sí, la eternidad de su santidad. Mientras el escándalo de las impías cacofonía violenta el cielo.

 

  La pesadilla me zarandea con fuerza bajo el vetusto hormigón que exhala gloriosos diseños de un profeta de la luz. El ojo vagabundo que habita en la temida asimetría de aquel ajeno semblante me descubre, clavo mis uñas en mis palmas intentando con el dolor sosegarme. Una tribulación me invade con formas apocalípticas ahora solo escucho atropellados sonidos, los colores alucinantes son sobrepasados por las aterradoras clarividencias que finalmente se adueñan de mi y presurosamente huyó de él.

 

 Trato de escudriñar en el falso vacío que con horror experimenta mi adulterada memoria. Rehuyo de la ciénaga que en su atropellada disfonía quiere hacerme suya. El hombre del ojo errante agita la mentira intentado convencerme de apartarme de la orilla del peñasco. Un ave levanta espléndidamente el vuelo provocándome envidia, las campanadas avisan el fin de las plegarias que a los pecados atormentan. Observo mis zapatillas dormitando como flores abiertas en el fango mientras el embarcadero con su larga lengua desgastada al horizonte apunta. El ocaso del sol en una afilada roca intenta seducirme a pernoctar sobre ella, alejando la zozobra del vértigo que la altura me provocan. Mis labios tiemblan incesantemente.

 

 Regresan las algarabías de recuerdos perdidos en el caos que es ahora mi mente. La manifiesta locura todo lo sacude. Con los ojos jadeantes de lágrimas le gritó al extraño que de mi se aparte. El exclama ¡Estás enferma! Y sombríamente fijamente me mira. Déjame acercarme dice con artera súplica. Sé que no me recuerdas, con temor balbucea.  Arrugó el ceño al escuchar cómo engendra la trampa con su palabrería, para intentar otra vez engañarme. Jamás volveré a ser profanada le gritó con desprecio. Su piel palidece asemejándose a la gaviota que plácidamente sobre el mar revolotea.

 

  Quiero en la confusión concluir mi poesía. De pronto emerge el recuerdo de un pedazo de pastel de chocolate que de un canasto asomaba. Los patos con sus graznidos un trozo de pan se disputaba. También la sensación de una estranguladora mano que a mi garganta asfixiaba. Y el azul cobalto del cielo disipándose entre los exuberantes verdes que terminan por convertirse en una baldía tiniebla. Mi corazón late fuertemente. La brisa fustiga mi falda mientras muevo la pierna izquierda al abismo, las mejillas me arden, hilos rojos brotan de mis labios fuertemente fruncidos. Zarandeo mis brazos intentando mantener el equilibrio. Una algarabía en un balconcillo adyacente me hace postergar el salto al distraerme. Y luego bruscamente mis huesos resuenan cuando caigo sobre los pedruscos, salvándome del violento desenlace pues alguien me ha empujado y al mismo tiempo escucha un agónico grito anunciando el fin de una vida.

    

 Como un espectro, el ávido lector lentamente se acerca a la orilla retrocediendo con espanto. Y asiente a la con la cabeza a barahúnda que en las terrazas se aglutinan. El estupor se adueña de mi alma, el crío ha dejado de llorar entre tanta desesperación. Alguien pregunta si me es conocido el extraño que sobre las rocas yace. Solo acierto a mover negativamente la cabeza.  Baja a tratar de saber de quién se trata y en un puño cerrado encuentran un arrugado papel que recupera. Lo lee y alarga su brazo para dármelo. Lo agarro sollozando y escucho la espeluznante estridencia del escarabajo de la muerte destrozando mi corazón. Cuando comprendo quien ha sido realmente la víctima de mi transitoria Paranoia.

 

Xiomara Beatriz