
Sol ardiente de junio (1895) del pintor británico Frederic Leighton
Rosas azules crecen en el jardín
estrellas rosas acarician el cielo
la marea se hace más intensa
se hace pasión en la orilla plateada
un segundo simula mil siglos
el aroma es dulzura
el tiempo a paso lento
no tiene importancia
el corazón se ilumina
con el murmullo divino
que profundo penetra
con delicia de su amor ...
Observa largamente el dulce acento
de la prosa que en la escarlata luna
la decora con destellos níveos
su alma en secreto del místico suspirar
se cuela mientras la tierra a lo lejos se divisa
con triste andrajos que el verdor no puede ocultar
voces llegan gimiendo soledad
pues están cautivas en la frivolidad...
Figuras de otros tiempos le rodean
ecos de sus corazones resuenan
como murmullos que en su oído
se inclinan brotando ternura
pues en sus ojos se desprenden perlas
por los que yacen en la sombra de las hojas
olvidando su propia luz...
Repite sin cesar amor
entre la lluvia dorada del sol
como si su aliento a ellos pudiera llegar
una brisa la distrae invitándole a pintar
en un lienzo en tinieblas
toma en silencio el pincel
va trazando lo que en su corazón late
un bosque de color esmeralda
un océano de luz que plácidamente
reposa en la arena matizándola con su brillo
sonidos de aves sin ella pretenderlo
en estampida se cuelan en el lienzo...
El cielo contiene su risa pero no puede
y se escucha cuando la brisa se asoma
se respira anhelo esperanza
no sabe qué colores
pueden mostrar lo que su memoria recuerda
pues al terminar de la mano
un Ángel con celestial danza
le regresa a su dulce sueño...
Xiomara Beatriz